Oxfam Intermón Trailwalker Madrid 2014: 100 km. una causa (2ª parte)






Puerto de Canencia, 8 de la tarde, habíamos pasado ya el ecuador de la carrera, pero los más de 50 km. de la primera parte de la Oxfam Intermón Trailwalker nos iban haciendo mella y aún quedaba otros 50 y la noche...
5 – 6 de julio de 2014


Comunicamos a la organización la baja en el equipo de Genaro, momento doloroso para todos, pero sobre todo para él ya que además era su cumpleaños y sentía la impotencia de no poder hacer nada para continuar, la rodilla había dicho basta.

Tras reponer fuerzas de nuevo, curar ampollas, rellenar la bolsa de agua, tomar un poco de bebida isotónica, ¡Uf! El Powerade resulta ya un poco empalagoso, se echaba de menos una cervecita… decidimos continuar, salimos los dos equipos PwC juntos, ahora reducidos a 7.

5ª Etapa: Puerto de Canencia - Canencia (tramo:  7,6 km.; acumulados: 60,9 km.) 


Esta etapa era más corta, con casi el 100% en bajada, ¡Menos mal!. Salimos del merendero y emprendemos la marcha atravesando el pinar. El terreno era malo, mucha piedra, no es lo mejor para los doloridos pies, pero compensa con la belleza del valle y el bosque.




Poco a poco fuimos avanzando, a mí me costaba seguir el ritmo. De los diferentes grupillos de conversación que íbamos formando entre los 7, yo casi siempre voy en el más retrasado. La molestia de la parte de atrás de la rodilla sigue y noto los gemelos como piedras.

Bajando entre pinos y penas llegamos hasta la carretera. Los voluntarios nos indican que hay que ponerse el chaleco reflectante y como desde hace 50 kilómetros, nos dicen que “ya queda poco” ¿Poco para qué?.

Cogemos la carretera y entramos poco después en el pueblo. Ahí encontramos el kilómetro 60  y su mensaje “Toda la fuerza está en tu mente” Habrá que pensar así y olvidarse de las piernas… Pido que me hagan una foto con el cartel para enviársela a mis hijas, pero no hay cobertura.





Llegamos a Canencia y nos acercamos al punto de control, fichamos a las 21:31, aún con luz natural. Allí nos espera ya el equipo de asistencia con los ánimos y las maletas de cada uno (no para irnos sino para cambiarnos de ropa). 

Casi sin darnos cuenta nos empujan hasta “el taller”, porque esto es lo que realmente encontramos allí, un taller exprés de recuperación con fisioterapeutas y podólogos, “pa’lla” vamos. Algo había que esperar aunque no había mucha cola. Primero paso por “mecánica”, les cuento mi problema de detrás de la rodilla pero me dicen que es sólo un reflejo de la sobrecarga en los gemelos. Me cogen un par de voluntarios, cada uno una pierna, y empiezan a “amasar” en paralelo. En este momento debió anochecer porque yo empecé a ver las estrellas. Más en la pierna izquierda que en la derecha, y eso que esta pierna le tocó a una chica brasileña, nunca hubiera imaginado que una chica brasileña me pudiera producir tanto dolor. 




Tras un rato de masaje a fondo, terminan y me siento a esperar turno para “chapa y pintura”, el podólogo. Observo como otros compañeros también van pasando por las camillas. Nuestro amigo Alfredo (del equipo de los jóvenes) sufre una lipotimia y enseguida le atiende la Cruz Roja. 

Mientras le están atendiendo a él, yo estoy prácticamente igual, noto como se me nubla la vista y siento que también me voy a desmayar, menos mal que estoy sentado. Supongo que el calor que había en la sala, la bajada de tensión tras el masaje, el ver por allí a los podólogos metiendo bisturí,… Intento concentrarme en respiraciones profundas y que se me vaya pasando, estoy medio grogui pero me aguanto.




Me toca el turno del podólogo. No sé qué me hacen en las ampollas de los talones pero me dejan nuevo. También tengo inicio de ampollas en la parte delantera central entre las almohadillas de los metatarsos pero estas aún no están para tratar. 

Me pregunta el chico que estaba supervisando a los otros podólogos (imagino que voluntarios estudiantes) que qué zapatillas uso. Le cuento que uso zapatillas minimalistas y que estoy empezando a entrenar con huaraches. Cuando pensaba que me iba a empezar a dar la típica charla de que era una salvajada y que había que correr con amortiguación y tal y tal, el tío me dice que lo que tengo que hacer es correr directamente descalzo (no en esta carrera claro), muy poco a poco pero descalzo, que me olvide de la huaraches… Me alegra comprobar que cada vez hay más especialistas a favor del minimalismo.

Salimos del taller y nos acercamos al coche de asistencia. Aprovechamos para cenar, en mi caso un bocata de tortilla que me sabe a gloria, alguna chocolatina y un buen café que nuestras asistentes nos han traído de un bar. También para ponernos algo más de ropa y coger el frontal, la noche ya ha caído.


Nuestro amigo Alfredo sigue recuperándose en la ambulancia de la Cruz Roja, parece que le van a dejar seguir la carrera, ha sido sólo una bajada de tensión, aunque no sabemos cuánto tiempo tardarán en darle el “alta”. Como nos estamos quedando bastante fríos, esta parada está siendo muy larga, decidimos no esperar al otro equipo y continuar nosotros tres.

6ª Etapa: Canencia – Garganta de los Montes (tramo: 7 km.; acumulados: 67,9 km.) 


Salimos sobre las 23:00 horas de Canencia, de nuevo toca otro tramo corto, ya con noche cerrada. Cogemos el caminos que nos dirige hacía el helipuerto y desde allí buscamos entre los pinos el camino que se dirige a Garganta de los montes. 
No es fácil pues el camino no es claro, tiene hierba y no está muy bien delimitado en el suelo, menos mal que tenía la experiencia de haberme perdido en el entrenamiento y sabía por dónde no era. Así que buscamos las señales de la organización, que tenían una parte reflectante, y de señal en señal, vamos buscando con nuestra linterna frontal un reflejo en la oscuridad como Pulgarcito buscaba las miguitas de pan. 

La primera parte del tramo, unos 2 kilómetros, es en subida, compruebo gratamente que estoy bastante mejor que en los últimos tramos, la brasileña y su compañero me ha dejado nuevo, ¡Joer que alegría! Si hace unos kilómetros lo veía negro a pesar de ser de día, ahora lo veo claro, a pesar de ser de noche. ¡¡Los 100 caen!!. Mis compis también van bien: Rachel como una máquina, como hasta ahora, y Raúl mucho mejor de las ampollas, ¡¡Esto tiene otra pinta!!.

Llegamos a la parte más alta y empezamos a bajar por las dehesas. El camino es un poco estrecho y pedregoso, difícil sobre todo de noche, aunque no se ve mal con el frontal. 

Es la primera vez que utilizo un frontal, es rara la sensación de llevar un punto de luz a un metro de distancia, te hace centrar la vista y la concentración en él para al dar el paso saber dónde poner el pie.

A lo lejos empezamos a ver el conjunto de puntitos de luz que forman el pueblo de Garganta de los Montes, a donde queremos llegar. Intento hacer una foto, pero poco sale.


Atravesamos las dehesas, donde en el entrenamiento se veían enormes árboles, hoy solo hay oscuridad. Llegamos al arroyo, donde en el entrenamiento abundaban las mariposas, ahora poco se ve. Buscamos la forma de cruzar por las piedras sin mojarnos los pies y llegamos a la pista que va directamente hasta el pueblo. Este último camino en ligera bajada decidimos probar a correr por cambiar de ritmo.

Empezamos a trotar y no nos encontramos mal. Seguimos trotando hasta llegar al pueblo, llegando al punto de control a las doce y media, hemos hecho este tramo en 1 h. 25 min. Nuestra asistencias se sorprenden, ¡¡No nos esperaban tan pronto!!.

Agua, un plátano (nunca había comido tantos plátanos), un café (que gran acierto de la organización poner las Nespresso en los punto de control), revisión de ropa, unos estiramientos y seguimos para no quedarnos muy fríos después de correr, ya empieza a refrescar. Nuestra asistencias que están casi más contentas que nosotros de lo bien que hemos hecho este último tramo, salen a despedirnos como si fueran nuestras madres…



7ª Etapa: Garganta de los Montes – Gargantilla de Lozoya (tramo: 10 km.; acumulados: 77,9 km.) 


Bajamos para salir del pueblo y coger la vía pecuaria que nos dirige hacia el próximo destino, llevamos 6 etapas de 9, y esta no parece complicada. Es de 10 kilómetros con una ligera subida en el par último. No sería muy difícil sino fuera por los kilómetros que llevamos encima, pero vamos a centrarnos en la etapa. 

Una vez que dejamos el pueblo, el camino es bastante oscuro, no se ve mucho más de los tres círculos de luz que proyecta nuestro frontal. Esto hace que el camino se haga más monótono sin la distracción visual del paisaje. El espectáculo está arriba, en el cielo, no hay ni una nube y se ven millones de estrellas, pero tampoco es cuestión de ir mirando para arriba, ni de tumbarse en el suelo a contemplar el firmamento, hay que seguir y enfocar al camino.


Avanzamos a buen paso, me sorprendo a mí mismo de lo bien que voy, no es que fuera fresco como una lechuga, pero mucho mejor que hace unas horas. Respecto a otros de los miedos que tenía antes de empezar, el cómo aguantaría el sueño, yo soy muy dormilón, de momento ni rastro de él, la mente totalmente activa (sin tomar ningún aditivo más allá del café, no me van ni lo geles ni ningún otro tipo de producto sintético).

Algo se nos cruza en el camino, ¿Qué será? De repente el “algo” se encuentra con tres focos de luz, es un sapo que se habrá llevado un buen susto. Le dejamos seguir su camino y nosotros seguimos el nuestro.


Proseguimos con la monotonía del camino en la noche, este puede que sea el tramo más tranquilo, con el silencio cada uno vamos inmersos en nuestros propios pensamientos, “la noche no nos confunde”.

Llegamos al desvío del camino para coger la vía abandonada del tren, allí hay unas chicas de la organización que nos indican que hay que ir por dentro de la vía del tren, porque ir por un lateral puede ser peligroso, sobre todo al cruzar el viaducto sobre el río Lozoya. Le agradecemos el consejo, pero la verdad es que no hacemos mucho caso, los pies no están para excesos y andar sobre la piedra de balastro no es fácil, mucho mejor por la senda de tierra que va por un lateral (es la ventaja que tiene conocerse el camino de haber ido a entrenar). Con cuidado al pasar sobre el viaducto, aunque ahora con la oscuridad da menos vértigo que de día.


En poco más de un par de kilómetros llegamos al apeadero de Gargantilla. Aquí es donde nos damos cuenta de lo tocados que estamos muscularmente, teníamos que bajar desde la plataforma del apeadero un escalón de aproximadamente medio metro y ¡¡ninguno de los tres nos podíamos doblar!!. Tuvimos que saltar. Aprovechamos para hacer una parada de unos 10 minutos, estirar un poco, comernos un plátano, unos frutos secos, todo ello amenizado por la orquesta canina de las casas que allí había, nos interpretaron varios temas.

Después del descanso/concierto seguimos caminando los tres kilómetros y medio que nos quedaban para llegar al punto de control… pasando por el cementerio, dato que no deje de aportar a Rachel para ver si se animaba a correr un poco.




Las 2:53 llegábamos al punto de control de Gargantilla, con casi 78 km. en el cuerpo y 17 horas y media de marcha. ¡¡Otro tramo terminado!!. Más de tres cuartas partes superadas.

Como siempre allí estaban nuestras asistencias con las maletas, los ánimos, la motivación, el botiquín,... Esta vez sí necesitamos hacer otra parada larga: Raúl tenía que curarse y vaciarse de nuevo las ampollas, Rachel hacer estiramientos asistida por su novio que siempre salía a buscarnos un par de kilómetros antes de cada punto de control y yo… preferí no mirarme los pies, porque ya sentía “gordas” las ampollas de la parte central de los metatarsos, lo que sí que hice fue cambiarme de ropa de la cabeza a los pies, ropa seca y calentita y echarme bien de vaselina en los pies como hacía en cada punto de control.


Volvimos a reponer fuerzas: frutos secos, pasas, chocolate, otro cafetito, Powerade (que asco lo estoy cogiendo) y en este “impasse” aparecieron y desaparecieron nuestros compañeros del otro equipo de la empresa (los jóvenes que los llamaba yo a mis 48 tacos), los de “La Rozadura hace el Cariño”, los cuatro. Una vez recuperado Alfredo, no querían perder el ritmo y salieron rápidamente, antes que nosotros.


8ª Etapa: Gargantilla de Lozoya – Lozoya (tramo: 12,7 km.; acumulados 90,6 km.) 



A las casi cuatro menos veinte de la madrugada reemprendimos la marcha. Este tramo, sobre el papel, antes de empezar la carrera, era el que más me preocupaba. Entre los kilómetros 3 y 7 había una subida fuerte después de 80 km. en las piernas, de noche y además era el único tramo por el que no había entrenado, no lo conocía… pero era lo que tocaba y si llegábamos a Lozoya, el último tramo lo terminábamos aunque fuera haciendo el pino.

Salimos del pueblo y tomamos la “senda de la abeja”. Imaginaba por qué se llamaría así pero en la noche no vimos ningún panal. Aunque todos íbamos ya muy tocados de los pies y piernas, nos animamos a dar algún trotecito entre el kilómetro 2 y 3 aprovechando una bajadita, al menos el cambio de ritmo nos hacía cambiar la postura, los musculatura, la pisada, que era lo que peor llevábamos, porque de “fuelle” no íbamos mal.




Sobre el kilómetro 4 cruzamos la carretera y pasamos una zona bastante complicada, sobre todo de noche, por algunos puntos casi había que trepar, pero al menos estaba bien señalizado y no nos perdimos (salvo en un punto que andamos unos 50 m. de más).

Así llegamos a Navarredonda, donde, aunque no había punto de control ¡Sorpresa! estaba nuestro equipo de asistencia por si necesitábamos algo (debe ser que en el último punto nos vieron “flojos”), pero casi ni les hicimos casos, pasamos por el pueblo sin aminorar el paso sabiendo que aún nos quedaba un par de kilómetros duros de subida hasta coronar.

La subida desde Navarredonda hasta la parte más alta se hizo dura, parecía que nunca llegaba el final de la cuesta, por primera vez en los 80 kilómetros que llevábamos noté a Rachel algo cansada, ya no iba abriendo paso, pero ahí seguía, con paso firme y constante. 

Llegar arriba y ver que el desnivel se convertía en negativo fue una bendición. De nuevo nos animamos a trotar un poco, algo menos de un kilómetro, nos íbamos acercamos a otro equipo cuyas lucecitas del frontal, cual luciérnagas moviéndose, veíamos cada vez más cerca.

Terminamos de bajar y en la entrada del pueblo encontramos el kilómetro 90. Sólo quedaba un 10% (o no). Ya empezaba a clarear la madrugada y el último punto de control antes de la meta ya lo intuíamos cerca.


A las seis y cuarto “fichamos” en el último punto de control antes del de meta. ¡¡Sólo nos quedaba la última etapa!! Aún era posible hacerlo en menos de 24 horas, disponíamos de 3 horas para completar este último tramo. Hasta este punto no nos habíamos planteado mucho la marca que íbamos a poder hacer, pero ya que estábamos ahí, bajar de las 24 horas era viable.


Un poco de descanso, un caldo. La verdad es que no estuvimos demasiado tiempo en este punto de control, sobre un cuarto de hora, pero a mí se me hizo eterno. Sólo quería salir lo antes posible para terminar lo antes posible y poder relajar definitivamente los pies, pero el equipo necesitaba estirar, pasar por el cuarto de baño, respirar… yo preferí salir a la calle a respirar, aunque la nave era bastante grande ¡¡Me estaba agobiando!!.


9ª Etapa: Lozoya – Rascafría (tramo: 12,5 km.; acumulados 103,1 km.) 



A las 6:31 partimos a por la última etapa. Esta última etapa coincidía en el mismo recorrido que la primera, por lo que las cuentas no nos cuadraban. Si la primera etapa tenía 12,5 kilómetros y llevábamos 90,6 no eran 100 km. eran 103 y ninguno teníamos los pies ni el cuerpo para propinas kilométricas.

Cruzamos la carretera y cogimos el camino que va bordeando el pantano. Poco a poco el cielo se iba haciendo más claro, incluso empezábamos a ver por la montaña algunas nubes amenazando lluvia.
Ahora ya, ni la belleza del amanecer nos hace olvidarnos de nuestros sufrimientos de pies y piernas. Las ampollas nos hacían sentirnos como faquires pisando sobre clavos y los músculos, a pesar de los estiramientos, iban bastante agarrotados. Lo empezábamos a pasar mal de verdad, no iba a ser fácil esta última etapa que yo me había imaginado hacer como flotando con una sonrisa en la boca.





Por el camino coincidimos con algún otro equipo, el que más y el que menos va como nosotros, jodido pero contento. 

Aunque no todos, recuerdo que pasamos a un equipo donde iba una chica visiblemente muy tocada, sufriendo bastante, iba apoyándose en bastones a un paso superlento, moviendo las piernas con mucha dificultad. Ojalá lo consiguiera, si ya es doloroso tener que abandonar, mucho más lo debe ser hacerlo tan cerca de la meta.

Terminamos de bordear el pantano y llegamos al primer pueblo, ya deberíamos estar cerca, pero no lo sabíamos, ninguno llevábamos ya reloj/GPS con pilas, para saber los kilómetros que llevábamos ni los que nos faltaban. Se nos empezaba a hacer eterna la etapa.

Esta última etapa tenía el mismo recorrido que la primera, pero que diferentes eran las sensaciones con casi 24 horas seguidas de caminata encima. Si en la primera íbamos pletóricos, bromeando, enteros, ahora íbamos sufriendo, maldiciendo al que se le ocurrió “añadir” esos 3.000 metros (6.000 pasos extras) al recorrido y muy perjudicados físicamente.

Los pequeños tres o cuatro pueblos que hay en la última mitad del recorrido nos hacían sentir el efecto espejismo del desierto. Cada vez que veíamos un pueblo pensábamos que ya era Rascafría y la meta estaba allí, pero al comprobar que no lo era se convertía en decepción y frustración. 

Había que seguir, no quedaba otra. Los tres íbamos tocados, el ritmo de esta última etapa era mucho más lento que en el resto de la prueba, pero al menos éramos capaces de seguir dando pasos sin parar. Raúl, por las “inequívocas” palabras que salían de su boca, me hago una idea de cómo llevaría las ampollas de los pies y a Rachel ya se le veía muy muy cansada, por primera vez en toda la carrera se iba quedando rezagada. Me tocaba a mí, que había sido el más callado a lo largo de la carrera, intentar tirar del grupo.

En uno de esos pueblos que no eran Rascafría, el último, al final de un camino vimos aparecer a nuestro equipo de asistencia (y a Fernando, el novio de Rachel que se había convertido en uno más del equipo). Ellos dicen que fue muy emocionante vernos aparecer a los 3 andando al final del camino, pero para nosotros no lo fue menos, sobre todo porque pensábamos que la meta ya estaba ahí, pero no, quedaban 2 kilómetros, los últimos. 


Durante esta última parte, cada un@ de nosotros fue “apadrinad@” por un@ del equipo de asistencia que se pusieron a nuestro lado y nos iban animando, gritando, casi empujando en cada paso.




¡¡POR FIN LLEGAMOS A RASCAFRIA!! Ahora sí que las caras cambiaron y los dolores desaparecieron para dejar paso a las sonrisas. ¡¡La meta estaba a la vuelta de la esquina!! Estábamos a punto de conseguirlo. Subimos la cuesta, giro a la derecha en la fuente y allí estaban los arcos. Estos últimos 50 metros si fuimos flotando, ya los pasos fluían solos, las sonrisas dislocaban la cara, alguna lágrima intentaba salir, entramos en Meta, ¡¡Lo habíamos conseguido!!. No nos quedaban fuerzas ni para levantar los brazos.




23 horas, 35 minutos y 42 segundos habíamos tardado en dar una vueltecita de 103 km por el valle del Lozoya. La aventura había terminado. Felicitaciones, besos, abrazos, fotos, aplausos, emociones, lágrimas, recuerdos, menciones, alegría, liberación, descanso, bajón.



Habíamos llegado, nos acercamos a la organización y nos ponen la medalla, es en este momento cuando me doy cuenta del verdadero sentido de esto. En lo deportivo, el desafío ha sido increíble, recorrer más de 100 km. (103) de manera continua durante casi 24 h. (23:35). En lo humano, hemos colaborado en conseguir que muchas personas y empresas se impliquen y aporten un motón de dinero para gente que no tiene la suerte de poder elegir poner a prueba sus límites como hemos hecho nosotros, ellos lo hacen a diario para sobrevivir.



Además de la medalla recibimos un enorme y sincero abrazo de una chica que representa a la organización, me hace sentir como si me lo dieran las muchas personas a las que va destinada la ayuda.

Todo ha acabado. Como siempre en las pruebas de larga preparación, mezcla de alegría por haberlo conseguido y tristeza por que termina la ilusión mantenida durante los meses de entrenamiento.

Postoperatorio:


Más fotos, más abrazos y despedida del equipo. Yo me quedo con mi maleta esperando que llegue el equipo de mi mujer, al que voy siguiendo por wathsapp, ya están andando el último tramo, les quedará un par de horas.

Durante la espera, va llegando algún otro equipo, entre ellos los austriacos, que tíos, al final nos han ganado, aunque entran después, al llegar los 4 componentes del equipo se clasifican por delante de nosotros, pero no antes que nuestro otro equipo, el de “los jóvenes” de “La rozadura hace el cariño” que acaba en la posición 20, ¡¡Enhorabuena!! y también a nuestra Rachel que queda 8ª de las más de 100 chicas que han participado.



Sigo esperando, me cuesta muchiiiiisimo moverme, me quito las zapatillas y me pongo las huaraches para liberar un poco los pies, apenas puedo andar. Hace un poco de frio en los pies, pero casi es agradable. Me siento en un banco de la plaza y los ojos se me cierran, la mente se evade. 
Solo resucito cuando suenan los aplausos y gritos de ánimo para algún nuevo equipo que llega a meta.


Mensaje wsp de mi mujer, ya han llegado al pueblo, están subiendo la cuesta. Me acerco como puedo a meta para hacer algunas fotos, ahí están los de “Vaso por Paso”, también lo han conseguido, me emociono, ella es la que sembró en mi la semilla de que esto era posible. ¡¡Enhorabuena!!




Ahora sí que se ha acabado, sólo me quedan los agradecimientos: Primero a mi mujer por creer que era posible; segundo al gran equipo de asistencia: Elena, Mar y también Fernando por cuidarnos y empujarnos hasta la meta; a los otros componentes del equipo: Raquel, Raúl por formar tan buen equipo y en especial a Genaro por hacer el esfuerzo sobrehumano de aguantar hasta el 50 a pesar de la rodilla; a PwC por apoyarnos, no solo económicamente, que también; a mis suegros por cuidar de mis hijas mientras su madre y yo estábamos de “marcha”; en fin, a todos los compañeros, familiares y amigos que han aportado su donación y/o nos han apoyado en esta locura.



Y después de los agradecimientos, las dedicatorias: A mis hijas, para que se den cuenta que las locuras a veces son posibles y entiendan que no todos los niños nacen con la misma suerte, es nuestra responsabilidad también cuidar de los menos afortunados, nadie elige dónde nacer.

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